Más de 25.000 personas aclamaron al ciclista por su paso victorioso por Tunja, Cómbita y Arcabuco.
En ninguno de los homenajes que ha recibido Nairo Quintana, tras su exitoso 2013, había dado muestras de debilidad, pero una vez se paró de la silla especial que tenía en la tarima instalada en la plaza de Bolívar de Tunja se sintió nervioso, cogió el micrófono para hablarles a sus paisanos y las piernas le temblaron, comenzó a dudar. Miró al frente y vio que la estatua de Simón Bolívar estaba rodeada de miles de personas que coreaban su nombre; cuando comenzó a hablar, la voz se le entrecortó.
“Estoy tan emocionado que he llorado como ustedes lo hicieron en algunas etapas del Tour de Francia conmigo. Soy un hombre de pueblo, como ustedes; por eso los quiero mucho”, dijo. Y fue verdad. Un nudo en la garganta no lo dejó pronunciar lo que quería. Se le vio confundido. No sabía cómo expresarlo, pues las lágrimas rodaron por su piel morena, que se veía quemada por el sol, tras las duras batallas en las etapas de la pasada Vuelta a Burgos, el último gran triunfo de este luchador boyacense, nacido en la tierra donde Colombia encontró su libertad, su país, la gente que siempre lleva en el corazón cuando está lejos de su patria.
Cómo no emocionarse. Cómo no llorar. Cómo no comprender que los cables se le cruzaran a Nairo, pues es un hombre humilde, tímido, que no está acostumbrado a dominar a un público y más a la gente que no se cansó de emocionarse con su presencia, con la figura del subcampeón del Tour de Francia, el campeón de la montaña, ganador de una etapa y de la clasificación de los jóvenes.
Eran las 3:50 de una tarde soleada, pero fría, en la capital boyacense, esa ciudad que ayer se paralizó, y era un miércoles, aunque parecía un sábado, pues la mayoría de sus 180.000 habitantes estuvo pendiente del recibimiento de su hijo ilustre, que nació en la capital hace 23 años, porque Cómbita, el municipio donde residían sus padres, Luis y Eloísa, no tenía un hospital.
“Nairo, te amamos! ¡Eres nuestro ídolo! ¡Nunca cambies!”, le gritaba el público que le levantaba la mano y lo saludaba. Él, tímidamente, hacía lo mismo. Trató de ubicar, en medio de la multitud, a algunos de los que se le pegan a la rueda a entrenar cuando está en Boyacá, pero no vio a ninguno. Tal vez alguno estaba refundido en el gran lote de ciclistas que lo esperaba a la entrada de la capital boyacense a eso de las 2 de la tarde y que se puso al frente del bus del Movistar para encabezar una caravana que se demoró en llegar a la plaza principal dos horas, desde las goteras de la ciudad.
El ingreso por el barrio Surinama fue tan sensacional y apoteósico, que dejó sin palabras a gente que venía desde Bogotá en la caravana. “No he estado en muchos recibimientos. Me acuerdo del de Miguel Induraín en Pamplona (España), cuando quedó campeón en el primer Tour, en 1991, pero esto de Boyacá ha sido impresionante”, expresó Eusebio Unzúe, el español que bajo su rol de mánager ha llevado de la mano a Nairo al éxito.
El bus tomó la carrera novena y al frente se vio el campanario de la catedral de Tunja. El río humano era impresionante. Motos, bicicletas y carros se desplazaban a 5 kilómetros por hora. El color amarillo predominó. La camiseta de Colombia era la más vista, la bandera tricolor ondeó en lo más alto del cielo de Tunja. Nairo saludó a la gente desde el interior del bus. Se puso detrás del vidrio panorámico y desde allí expresó su agradecimiento. Movió el brazo constantemente. Se le veía la manilla blanca de una cadena de bicicletas que tenía en la muñeca derecha.
Se bajó del vehículo y de inmediato se metió al despacho del gobernador, Juan Carlos Granados. Abrió una ventana y el grito de júbilo de la gente retumbó de inmediato. “¡Nairo, Nairo, Nairo. Eres el mejor del mundo. Gracias y felicitaciones por lo que has hecho!”.
Recibió muchos premios. Quizás hoy a esta hora no los tenga presentes, pues la cantidad fue enorme: la Cruz Gonzalo Suárez Rendón Collar de Oro; la orden de la Libertad en Grado de Comendador; la Fe en la casa del Ejército Nacional y otros más, pero el que más le llegó al fondo del alma fue el reconocimiento de los boyacenses que estuvieron de cuerpo presente en Tunja y de los demás paisanos que siempre que se sube en su bicicleta para competir le envían el aliento desde los 123 municipios de este departamento.
Nairo, que estaba acompañado por algunos exciclistas que fueron sus ídolos, como Fabio Parra, Patrocinio Jiménez, Rafael Antonio Niño y Roberto ‘Pajarito’ Buitrago, también trajo regalos. Sacó de su maleta azul varias camisetas de pepas rojas, la que le dan al campeón de la montaña. Una se la dio a Fernando Flórez, alcalde de Tunja, “quien me tendió la mano cuando lo necesité”, dijo Quintana. Otra fue para Mauricio Soler, el exciclista que ya tiene en su casa una de esas camisetas, la que ganó en el Tour del 2007, pero la recibió con cariño. Ambos se unieron en un abrazo fraterno, el de dos hermanos de la bicicleta, el de dos campeones.
La gente que vio esta imagen comenzó a llorar. Fue uno de los momentos más difíciles del acto protocolario, pues aún está en la memoria que Soler estuvo a punto de morir en un accidente en la Vuelta a Suiza del 2011. Quintana se llevó la mano al pecho y sacó la Virgen de la Milagrosa que Mauricio le regaló y que lo protege de cualquier calamidad, una muestra de su amistad y de su cariño hacia el hombre de Ramiriquí (Boyacá).
Antes de abandonar la tarima, Nairo se dirigió a donde sus padres. Les dijo que estaba cansado, pues la jornada comenzó muy temprano en Bogotá, a eso de las 6:30 de la mañana, cuando se levantó y se alistó para ir a una rueda de prensa que duró más de hora y media. Luego, se montó al bus, al que siguieron solo dos camionetas. Rumbo a Boyacá, se sentó en una de las cómodas sillas y comenzó a pasar páginas de un álbum de prensa que la oficina de mercadeo de Movistar le preparó. Eran unas 2.000 publicaciones, pero en esa recapitulación no estaban todas. Le explicaron qué significado comercial tenían las grandes fotos, las largas crónicas para la marca y para él. “Todavía no entiendo lo que he hecho”, dijo el pedalista nacional.
Luego de ver su hazaña plasmada en el papel periódico se fue a la parte trasera del bus y se recostó.
Veinte kilómetros antes de Tunja, en la vía desde Bogotá, se encuentra el municipio de Ventaquemada. Allí, la caravana se detuvo a las 11:45 de la mañana. De inmediato, los niños de la escuela rural rodearon el bus y con banderas del departamento, de colores banco, verde y roja, recibieron a su ídolo, que en medio de una improvisada calle de honor ingresó al piqueteadero El Gallineral 1 para almorzar en compañía de su familia, que también venía en el automotor: un cuchuco con espinazo, dos arepas boyacenses, una buena porción de gallina campesina, dos papas saladas, dos trozos de morcilla y un té.
“Hace mucho tiempo no me comía eso. Hace como dos meses”, dijo al soltar la cuchara, el tenedor y el cuchillo. Se tomó fotos con los meseros y las cocineras y con Sebastián y Karen, dos niños que burlaron el cierre de las puertas del establecimiento, se metieron como pudieron y obtuvieron foto y autógrafo.
“Nairo está acostumbrado a eso cuando está acá. Nosotros, cuando él vuelve de Europa, hacemos paseos de olla y él nunca falla. Es más, le encanta ir a Villa de Leyva los domingos, a escuchar la misa y luego ‘armamos’ el comedor cerca de la carretera”, afirmó Leydi, una de sus hermanas.
“Sí, estoy cansado”, le repitió a Eloísa, “pero tengo que seguir. La gente me quiere ver y yo a ellos. No puedo dejarlos esperando”, aseguró Nairo, y de un salto se bajó de la tarima y se volvió a meter al bus rumbo a Cómbita y luego a Arcabuco. Allí tenía dos citas, quizá las más importantes del día, pues fue en esas carreteras donde se forjó como ciclista, fue con esa gente que pasó su niñez y su adolescencia y a ellos también les quería dedicar sus gestas, las que ellos vieron por las pantallas gigantes de televisión y de las que se sienten orgullosos, pues las logró un hijo de la región, de la tierra que le dio la libertad a todo un país, el día que también gritó, a lo lejos, ¡bienvenido, campeón!
En ninguno de los homenajes que ha recibido Nairo Quintana, tras su exitoso 2013, había dado muestras de debilidad, pero una vez se paró de la silla especial que tenía en la tarima instalada en la plaza de Bolívar de Tunja se sintió nervioso, cogió el micrófono para hablarles a sus paisanos y las piernas le temblaron, comenzó a dudar. Miró al frente y vio que la estatua de Simón Bolívar estaba rodeada de miles de personas que coreaban su nombre; cuando comenzó a hablar, la voz se le entrecortó.
“Estoy tan emocionado que he llorado como ustedes lo hicieron en algunas etapas del Tour de Francia conmigo. Soy un hombre de pueblo, como ustedes; por eso los quiero mucho”, dijo. Y fue verdad. Un nudo en la garganta no lo dejó pronunciar lo que quería. Se le vio confundido. No sabía cómo expresarlo, pues las lágrimas rodaron por su piel morena, que se veía quemada por el sol, tras las duras batallas en las etapas de la pasada Vuelta a Burgos, el último gran triunfo de este luchador boyacense, nacido en la tierra donde Colombia encontró su libertad, su país, la gente que siempre lleva en el corazón cuando está lejos de su patria.
Cómo no emocionarse. Cómo no llorar. Cómo no comprender que los cables se le cruzaran a Nairo, pues es un hombre humilde, tímido, que no está acostumbrado a dominar a un público y más a la gente que no se cansó de emocionarse con su presencia, con la figura del subcampeón del Tour de Francia, el campeón de la montaña, ganador de una etapa y de la clasificación de los jóvenes.
Eran las 3:50 de una tarde soleada, pero fría, en la capital boyacense, esa ciudad que ayer se paralizó, y era un miércoles, aunque parecía un sábado, pues la mayoría de sus 180.000 habitantes estuvo pendiente del recibimiento de su hijo ilustre, que nació en la capital hace 23 años, porque Cómbita, el municipio donde residían sus padres, Luis y Eloísa, no tenía un hospital.
“Nairo, te amamos! ¡Eres nuestro ídolo! ¡Nunca cambies!”, le gritaba el público que le levantaba la mano y lo saludaba. Él, tímidamente, hacía lo mismo. Trató de ubicar, en medio de la multitud, a algunos de los que se le pegan a la rueda a entrenar cuando está en Boyacá, pero no vio a ninguno. Tal vez alguno estaba refundido en el gran lote de ciclistas que lo esperaba a la entrada de la capital boyacense a eso de las 2 de la tarde y que se puso al frente del bus del Movistar para encabezar una caravana que se demoró en llegar a la plaza principal dos horas, desde las goteras de la ciudad.
El ingreso por el barrio Surinama fue tan sensacional y apoteósico, que dejó sin palabras a gente que venía desde Bogotá en la caravana. “No he estado en muchos recibimientos. Me acuerdo del de Miguel Induraín en Pamplona (España), cuando quedó campeón en el primer Tour, en 1991, pero esto de Boyacá ha sido impresionante”, expresó Eusebio Unzúe, el español que bajo su rol de mánager ha llevado de la mano a Nairo al éxito.
El bus tomó la carrera novena y al frente se vio el campanario de la catedral de Tunja. El río humano era impresionante. Motos, bicicletas y carros se desplazaban a 5 kilómetros por hora. El color amarillo predominó. La camiseta de Colombia era la más vista, la bandera tricolor ondeó en lo más alto del cielo de Tunja. Nairo saludó a la gente desde el interior del bus. Se puso detrás del vidrio panorámico y desde allí expresó su agradecimiento. Movió el brazo constantemente. Se le veía la manilla blanca de una cadena de bicicletas que tenía en la muñeca derecha.
Se bajó del vehículo y de inmediato se metió al despacho del gobernador, Juan Carlos Granados. Abrió una ventana y el grito de júbilo de la gente retumbó de inmediato. “¡Nairo, Nairo, Nairo. Eres el mejor del mundo. Gracias y felicitaciones por lo que has hecho!”.
Recibió muchos premios. Quizás hoy a esta hora no los tenga presentes, pues la cantidad fue enorme: la Cruz Gonzalo Suárez Rendón Collar de Oro; la orden de la Libertad en Grado de Comendador; la Fe en la casa del Ejército Nacional y otros más, pero el que más le llegó al fondo del alma fue el reconocimiento de los boyacenses que estuvieron de cuerpo presente en Tunja y de los demás paisanos que siempre que se sube en su bicicleta para competir le envían el aliento desde los 123 municipios de este departamento.
Nairo, que estaba acompañado por algunos exciclistas que fueron sus ídolos, como Fabio Parra, Patrocinio Jiménez, Rafael Antonio Niño y Roberto ‘Pajarito’ Buitrago, también trajo regalos. Sacó de su maleta azul varias camisetas de pepas rojas, la que le dan al campeón de la montaña. Una se la dio a Fernando Flórez, alcalde de Tunja, “quien me tendió la mano cuando lo necesité”, dijo Quintana. Otra fue para Mauricio Soler, el exciclista que ya tiene en su casa una de esas camisetas, la que ganó en el Tour del 2007, pero la recibió con cariño. Ambos se unieron en un abrazo fraterno, el de dos hermanos de la bicicleta, el de dos campeones.
La gente que vio esta imagen comenzó a llorar. Fue uno de los momentos más difíciles del acto protocolario, pues aún está en la memoria que Soler estuvo a punto de morir en un accidente en la Vuelta a Suiza del 2011. Quintana se llevó la mano al pecho y sacó la Virgen de la Milagrosa que Mauricio le regaló y que lo protege de cualquier calamidad, una muestra de su amistad y de su cariño hacia el hombre de Ramiriquí (Boyacá).
Antes de abandonar la tarima, Nairo se dirigió a donde sus padres. Les dijo que estaba cansado, pues la jornada comenzó muy temprano en Bogotá, a eso de las 6:30 de la mañana, cuando se levantó y se alistó para ir a una rueda de prensa que duró más de hora y media. Luego, se montó al bus, al que siguieron solo dos camionetas. Rumbo a Boyacá, se sentó en una de las cómodas sillas y comenzó a pasar páginas de un álbum de prensa que la oficina de mercadeo de Movistar le preparó. Eran unas 2.000 publicaciones, pero en esa recapitulación no estaban todas. Le explicaron qué significado comercial tenían las grandes fotos, las largas crónicas para la marca y para él. “Todavía no entiendo lo que he hecho”, dijo el pedalista nacional.
Luego de ver su hazaña plasmada en el papel periódico se fue a la parte trasera del bus y se recostó.
Veinte kilómetros antes de Tunja, en la vía desde Bogotá, se encuentra el municipio de Ventaquemada. Allí, la caravana se detuvo a las 11:45 de la mañana. De inmediato, los niños de la escuela rural rodearon el bus y con banderas del departamento, de colores banco, verde y roja, recibieron a su ídolo, que en medio de una improvisada calle de honor ingresó al piqueteadero El Gallineral 1 para almorzar en compañía de su familia, que también venía en el automotor: un cuchuco con espinazo, dos arepas boyacenses, una buena porción de gallina campesina, dos papas saladas, dos trozos de morcilla y un té.
“Hace mucho tiempo no me comía eso. Hace como dos meses”, dijo al soltar la cuchara, el tenedor y el cuchillo. Se tomó fotos con los meseros y las cocineras y con Sebastián y Karen, dos niños que burlaron el cierre de las puertas del establecimiento, se metieron como pudieron y obtuvieron foto y autógrafo.
“Nairo está acostumbrado a eso cuando está acá. Nosotros, cuando él vuelve de Europa, hacemos paseos de olla y él nunca falla. Es más, le encanta ir a Villa de Leyva los domingos, a escuchar la misa y luego ‘armamos’ el comedor cerca de la carretera”, afirmó Leydi, una de sus hermanas.
“Sí, estoy cansado”, le repitió a Eloísa, “pero tengo que seguir. La gente me quiere ver y yo a ellos. No puedo dejarlos esperando”, aseguró Nairo, y de un salto se bajó de la tarima y se volvió a meter al bus rumbo a Cómbita y luego a Arcabuco. Allí tenía dos citas, quizá las más importantes del día, pues fue en esas carreteras donde se forjó como ciclista, fue con esa gente que pasó su niñez y su adolescencia y a ellos también les quería dedicar sus gestas, las que ellos vieron por las pantallas gigantes de televisión y de las que se sienten orgullosos, pues las logró un hijo de la región, de la tierra que le dio la libertad a todo un país, el día que también gritó, a lo lejos, ¡bienvenido, campeón!
Cortesia: Eltiempo.com